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Miércoles, 24 de junio de 2015  |  NÚMERO 9 Año I Acceda a nuestra hemeroteca
 
Lo que diferencia al ingeniero del piloto
Ismael Sánchez, director editorial de Sanitaria 2000, analiza el Encuentro de Ingeniería Hospitalaria
 
Cada maestrillo tiene su librillo, y seguramente es igual de útil para cada cometido. El problema aparece cuando empiezas a comparar. Porque lo que dice uno no lo pone en el otro, y así comienzan las diferencias. En buscarlas y encontrarlas se aplicó Javier Guijarro, secretario general de la Asociación Española de Ingeniería Hospitalaria (AEIH), que al final llegó a una conclusión muy razonable y muy esperada desde el punto de vista de los ingenieros: ¡quién fuera piloto de aviación!

El comandante de vuelo de Iberia Ramón Alonso.

En verdad, la intervención del comandante Ramón Alonso ha sido de las más renombradas del Encuentro. No sólo por la novedad –¿qué hacía un piloto entre un centenar de ingenieros?– sino también por su interesante aproximación a la gestión del riesgo. Interesante por irrepetible, ha venido a decir Guijarro a sus compañeros para, en realidad, poner en valor la profesión de ingeniero, ya sea comparando las horas de vuelo de un piloto experimentado como Alonso con las horas sanitarias de un ingeniero que trabaje en cualquier servicio público de salud, o bien advirtiendo que los simuladores aéreos, esenciales para obtener la capacitación de aviador, sencillamente no existen en la sanidad.

“Ojalá tuviéramos esos simuladores para gestionar riesgos que vemos a diario”, se ha lamentado Guijarro. Pese a esta dificultad, no cree, como apuntaba Zachary Ballard, de Siemens, que el ingeniero deba relajar su grado de autoexigencia. Al contrario, las decisiones deben estar siempre basadas en la evidencia, nunca en la intuición. Harina de otro costal es saber quién asume la responsabilidad de ese riesgo cuando se convierte en incidencia, o directamente en accidente. Y este puede que sea uno de los grandes temas que haya quedado abierto para la próxima edición del Encuentro.

El colectivo, por tanto, ha salido reforzado en su autoestima y también en su visibilidad, gracias a manifestaciones como la de todo un director general de Asistencia Sanitaria en Castilla y León como José María Pino Morales, convencido de que, en el ámbito de la eficiencia, tan esencial en la sanidad de nuestros días, el papel del ingeniero hospitalario es imprescindible. Si además observamos que la declaración también la suscribe un médico, es toda una revelación del momento de los ingenieros en un sistema en el que hace no mucho parecía que sólo trabajaban facultativos.

Los argumentos elogiosos no han sido solo teóricos. Ahí están las experiencias de los hospitales madrileños La Paz y Príncipe de Asturias, y cómo los esfuerzos del gestor, del técnico y del proveedor confluyen en un mismo punto y consiguen reducir consumos energéticos, costes e impactos ambientales, a la vez que contribuyen de una manera no suficientemente conocida pero en absoluto desdeñable, a la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud.

También ha quedado muy claro que el alcance del ingeniero en el sistema sanitario no sólo es económico sino también asistencial. Ahí está su valioso papel en la crisis del ébola, lo cual a primera vista está lejos del alcance habitual de la opinión pública, más centrada en el reconocimiento a los profesionales sanitarios. Pero el aplauso debería hacerse extensivo a biólogos, arquitectos y, por supuesto, ingenieros. En ellos estamos. Y seguimos.