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Lunes, 30 de noviembre de 2015  |  NÚMERO 13 Año II Acceda a nuestra hemeroteca
PRIMER PASO: UN CONVENIO CON FENIN
Los ingenieros echan el guante a la gestión
Reivindican el valor aplicado de su conocimiento en fórmulas de gobernanza
 
Los ingenieros sanitarios no se contentan con mantener la maquinaria hospitalaria. Han percibido la utilidad de sus conocimientos técnicos para proponer, ejecutar e incluso decidir la fórmula más coste-eficiente a la hora de comprar los equipos, instalarlos y rentabilizar su funcionamiento a largo plazo.

Los ingenieros han demostrado dotes de dirección en los hospitales.

Claro que los roles imperantes en la sanidad pública española no se alteran de un día para otro. Pero sí pueden moldearse y dar pie a que cambien poco a poco, como de hecho ha sucedido en las últimas décadas con los propios ingenieros, que no han alcanzado el cénit de la gerencia de los centros pero sí se han posicionado como directivos de la administración y gestión de los aspectos técnicos del hospital de manera indiscutible.

El siguiente paso para ellos consiste no tanto en desplazar a otros perfiles profesionales para dirigir de primera mano los complejos y áreas hospitalarias, sino en explotar el poder de su conocimiento desde las posiciones que ocupan ahora.

En este contexto se comprende el acuerdo que acaba de ratificar la Asociación Española de Ingeniería Hospitalaria (AEIH) con la Federación Española de Empresas de Tecnología Sanitaria (Fenin) por el que ambas entidades se comprometen a “analizar, mejorar y promover los programas de colaboración en el ámbito de las tecnologías médicas”; las declaraciones al respecto del presidente de la primera, Luis Mosquera, no dejan lugar a la duda: “La ingeniería puede aportar su espectro de conocimiento para la mejora de la gobernanza del sistema sanitario (…) que se centra en la adopción de modelos de gestión (…) de los procesos de organización (…) basados en la aplicación de modelos más coste-efectivos”.

La rutina de trabajo del hospital se postula como el escenario ideal con que probar esas habilidades del ingeniero que Mosquera reivindica.

Durante una guardia nocturna, por ejemplo, quien decide sobre cómo movilizar los recursos ante una emergencia que afecte al edificio por dentro o por fuera –un apagón, una avería de la climatización, la disposición de camas y de quirófanos en condiciones especiales...– es el jefe de hospital, con frecuencia un médico experimentado en el oficio que conoce el centro como la palma de su mano y que hace las veces del gerente en ese espacio de tiempo. Su instrucción médica complementa su habilidad gestora a la hora de tomar decisiones de gran calado como a cuántos enfermos admitir ante una saturación de los servicios y dónde poner el foco de prioridades desde ese punto de vista.

Pues bien: ¿por qué esa figura no ha de recaer en el ingeniero de forma preferente? En su caso, las cualidades directivas se verían ampliadas por otra clase de conocimiento técnico, en realidad mucho más útil para resolver una incidencia de naturaleza logística, principal característica de la que prevalece en ese entorno, en tanto que las decisiones médicas caen en manos de los jefes de servicio de guardia.

En buena lógica, la autoridad del sanitario prima en el ejercicio de la Medicina mientras que la del ingeniero lo hace en el control, mantenimiento y sabia administración de las infraestructuras, equipos y recursos humanos y materiales. Y, ¿non son ésas, acaso, las principales atribuciones del directivo de la salud?