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Viernes, 20 de febrero de 2015  |  NÚMERO 5 Aņo I Acceda a nuestra hemeroteca
EDITORIAL
Fe en el avance ingeniero
 
 
Cuando el Gobierno de España pone especial énfasis en la I+D+i –algo meritorio en los últimos años debido a la crisis económica– lo hace, sin duda, en la profesión ingeniera. A nadie escapa que un porcentaje no desdeñable de la plantilla de las pequeñas y medianas empresas (las pymes), y por supuesto, de las organizaciones de gran envergadura o multinacionales, lo ocupan licenciados en diversas ramas de la Ingeniería, en especial la industrial, pero también otras más escoradas a la ciencia pura como la física, la química o la biológica.

No faltan, entre estas entidades y complejos, los que pertenecen al sector de la salud. Y aquí se desvela la vertiente innovadora de la Medicina como condición imprescindible para su progreso pero también para su extensión, como ha demostrado su espectacular evolución (en ambos sentidos) durante las últimas décadas en los países desarrollados, España incluida.

¿Pues no recuerda el lector, acaso, el panorama de las instalaciones sanitarias, por citar solamente las infraestructuras que atañen a este periódico, en las distintas regiones del país durante la Transición entre 1978 y finales de los 80? Porque, en esos años en los que se creó el Instituto Nacional de la Salud (Insalud) como organismo gestor de la asistencia sanitaria nacional a la espera del goteo de transferencias competenciales a las comunidades autónomas (no está de más recordar la primera en llevarlo a la práctica: Cataluña, en 1981), pervivía en la jerga sanitaria un vocablo que todavía mantiene su tono acusatorio: el hospitalocentrismo. El cual alude a la concentración de medios, recursos y posibilidades técnicas en los recintos hospitalarios de las capitales en detrimento de los situados en sus periferias así como de centros de salud y de especialidades en la Atención Primaria.

En ese contexto –no se olvide que Publicación de Ingeniería Sanitaria también se dirige a los arquitectos, entre otros profesionales– había, sí, ciudades sanitarias como La Paz en Madrid y hospitales como el Clínic de Barcelona, por citar dos de los hegemónicos ahora y entonces. Pero escaseaban los centros en cada una de las provincias con dotación y capacidad estructural elevadas, y, a ojos vistas, sus instalaciones, maquinaria y equipamiento tecnológico se situaban a años luz de los que, hoy, presumen más de 800 hospitales repartidos por toda la geografía española, sin menoscabo de los medios disponibles, también, en el campo del primer nivel asistencial.

El progreso del país, por lo tanto, camina parejo al de su músculo ingeniero, y en eso la sanidad no constituye excepción alguna. Por el contrario, debe permanecer en la mente de los políticos y gestores como el terreno prioritario para mantener y potenciar la tecnología conseguida, tarea que nace de forma directa del colectivo de ingenieros y arquitectos, a quienes bien podría tildarse de creadores científicos al servicio de la sociedad.

Por eso no deben ponerse obstáculos a la Unión Europea cuando su Comisión plantea, por ejemplo, que lo que se tacha de planificación deficitaria por los gobiernos ahora se denomine actividad inversora, como ya defendió este periódico en otro de sus editoriales. Ni tampoco puede despreciarse el esfuerzo del Ejecutivo central y autonómicos españoles por dedicar más dinero a proyectos emprendedores aun a riesgo de recibir críticas por ello de quienes atribuyen tales promesas a la cercanía de las elecciones.

Prueba esta actitud –loable en cualquiera de los casos– el reciente anuncio, por parte del director general de Internacionalización del ICEX (España Exportación e Inversiones), Isaac Martín, del Proyecto Vivir 100 Años, que incluye la apuesta “sin retorno asegurado” por una docena de trabajos innovadores, entre ellos uno dirigido a la arquitectura hospitalaria y otro que, de forma indirecta, también integra el ámbito de la atención de la salud. Los doce proyectos están coordinados por sendos ingenieros o arquitectos y sus correspondientes tutores, por lo general pertenecientes a la empresa innovadora.

En esta clase de colaboración público-privada reside la esperanza –cuando no la convicción– de que, en las próximas décadas, no se perderá el ingente avance experimentado en las precedentes por parte de las fuerzas industriales y tecnológicas, a fin de cuentas las que distinguen al ser humano del resto de los organismos vivos, como apuntó el director de Recursos Humanos de la compañía española Tecnalia, Juan José Goñi, durante su conferencia magistral reseñada en el número 2 de esta misma publicación.