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Lunes, 28 de marzo de 2016  |  NÚMERO 17 Año II Acceda a nuestra hemeroteca
SEGÚN MARCELA DEL RÍO, DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
El ingeniero biomédico revolucionará la práctica clínica
Participa en equipos multidisciplinares buscando alternativas basadas en la evidencia
 
Redacción. Madrid
El Grado de Ingeniería Biomédica de la Universidad Carlos III de Madrid se imparte desde el año 2010. En la actualidad, lo cursan alrededor de 300 alumnos, a quienes este plan formativo proporciona, además de formación general, una intensificación de los conocimientos durante el último curso a través de tres itinerarios específicos: Instrumentación biomédica, Imagen biomédica e Ingeniería de tejidos y Medicina Regenerativa. “La formación se adquiere en cuatro años cursando 240 créditos que se imparten íntegramente en inglés. Los créditos obligatorios se concentran durante los tres primeros cursos y los optativos en el último curso”, detalla Marcela del Río, directora del Grado, quien destaca que la formación práctica tiene un papel importante: “Se dispone de laboratorios modernos específicos construidos recientemente. Existe, además, la posibilidad de realizar prácticas en empresa o laboratorios de investigación y hospitales. Aproximadamente, el 40 por ciento de nuestros alumnos realizan cada año este tipo de prácticas, como parte de su formación curricular”.

Marcela del Río.

La Ingeniería Biomédica es una nueva rama de la Ingeniería y, en el caso concreto de este curso, se realiza un abordaje interdisciplinar en el que las técnicas de las ingenierías electrónica, mecánica, química, informática y de telecomunicaciones se aprenden con el objeto de que, posteriormente, el alumno sea capaz de aplicarlas al análisis y resolución de problemas biomédicos existentes y de aquellos que irán surgiendo. “El estudiante adquiere, además, una buena formación en ciencias biológicas (biología molecular y celular, bioquímica, anatomía y fisiología, sistemas biológicos, bioinformática, biomateriales, etc.) que le permitirá abordar los desafíos de forma integral”, afirma Del Río.

Según su directora, los alumnos llegan al Grado con una buena formación en matemáticas, química, física y biología. “Son alumnos con muy buenos expedientes que tienen capacidad de observación y de análisis, iniciativa y, en general, trabajan bien en grupo. El común denominador podría ser su entusiasmo por llevar a cabo proyectos sobre productos y métodos que puedan tener un impacto en el ámbito biomédico”, comenta. Del Río destaca que hay, prácticamente, el mismo porcentaje de mujeres que hombres, “algo sorprendente para una ingeniería. El mayor porcentaje de alumnas puede estar motivado por la biomedicina, un área quizá más atractiva para este colectivo si se compara con otras ingenierías”.

Aunque el Grado es de reciente creación y, por tanto solo cuenta con dos promociones egresadas, su directora afirma que, por el momento, los graduados se están incorporando a diferentes empresas del sector de la Ingeniería Biomédica, compañías farmacéuticas, empresas biotecnológicas, hospitales y centros de investigación, así como a prestigiosos másteres tanto europeos como americanos para continuar su formación. Además, en la Carlos III se llevan a cabo proyectos de investigación por parte de graduados en Ingeniería Biomédica, financiados tanto por becas de la propia universidad, nacionales e internacionales, así como por fondos privados.

Aunque, en términos generales, no está previsto que el ingeniero biomédico interactúe con el paciente de forma directa, sino que trabaje para él en el seno de grupos multidisciplinares, buscando alternativas racionales y basadas en la evidencia tanto para el diagnóstico como para el tratamiento de las enfermedades, Del Río considera que “si la enseñanza de calidad se mantiene y los egresados se incorporan a equipos organizados racionalmente, podrían cambiar en el futuro la forma en la que entendemos la práctica médica”.

No obstante, la directora del Grado advierte de la crisis de la investigación biomédica en España: “La inversión española en innovación supone el 1,33 por ciento del PIB y se va alejando cada año más del dos por ciento destinado de media por la Unión Europea. Las consecuencias directas son fáciles de deducir: menos becas para estudiantes que acaban el grado y empiezan una carrera investigadora, menos contratos posdoctorales para investigadores jóvenes  y falta de financiación para proyectos científicos y tecnológicos. Todo esto pone en peligro el relevo generacional en la innovación española y debería tener prioridad absoluta para nuestros políticos”.