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Lunes, 30 de mayo de 2016  |  NÚMERO 19 Año II Acceda a nuestra hemeroteca
 
¿Brecha digital? Otra vez, no: gracias
España no debe sucumbir al retraso histórico de su potencial innovador
 
Mal que les pese a algunos políticos acomodaticios, la industria digital y la tecnología biomédica merecen una importante inversión de dinero público aun cuando suponga un riesgo para cumplir con los objetivos de déficit que exige Bruselas (y para los que acaba de conceder una tregua a España pese al desacuerdo de la potencia alemana al respecto).

Por eso, informes como el que ha presentado la tecnológica Siemens (y que ha arropado el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales –CEOE–, Juan Rosell) acerca de la diferencia entre el potencial digital de cada país y su desarrollo en la práctica, avivan el fantasma de la incapacidad española para innovar en ciencia y salud.

El gap digital sitúa a España como uno de los países con mayor potencial desperdiciado.

Según el estudio, esa brecha o gap digital (como se la denomina) se cifra en un 77 por ciento para España, que, por otra parte, desciende dos puestos hasta el 45º en el ranking mundial de tecnología e innovación en todos los ámbitos.

Una vez más, ha de ser el empresariado, por medio de su portavoz, el que dé la voz de alarma ante la posibilidad de perder otra oportunidad histórica para situar al país a la vanguardia de la investigación y la asistencia sanitarias, que agradecerían sobremanera una infraestructura virtual que agilizase sus trámites, desenredase la madeja de los intercambios de conocimiento y llevase al domicilio, centros de Día y de especialidades la capacidad diagnóstica y terapéutica reservada, hoy, a los hospitales de tercer nivel.

Sin embargo, la iniciativa en política sanitaria se queda en agua de borrajas cuando se propone, solo de forma teórica, en órganos como el Consejo Asesor de Sanidad, que ha quedado disuelto tras las fallidas elecciones generales de diciembre pese a haber puesto sobre la mesa un brillante proyecto para fusionar las operaciones digitales de las 17 administraciones autonómicas en materia de e-Salud.

Con este panorama, ¿qué le queda al ingeniero informático, verdadero cerebro desaprovechado por los gobernantes, para prosperar en la sanidad pública? Poca cosa, aparte de anhelar un nuevo gobierno tras el 26 de junio que no sucumba a la tentación de relegar, otra vez, la ciencia y la tecnología sanitaria a un segundo plano ante la precariedad de la economía.

Pero España no debe olvidar que la propia Unión Europea exige un cambio cualitativo en la gestión de la energía por medio del Proyecto Horizonte 2020. Y esa cultura del gasto controlado y eficiente se consigue en todos los sectores –el sanitario incluido– con una apuesta decidida por la industria digital y tecnológica a cargo de los nuevos gobernantes.